“Mamá, no me quiero morir”: la historia detrás del drama del suicidio en Ibagué


No todo lo que se dijo alrededor de la desgarradora historia protagonizada por una joven madre en Ibagué resultó siendo verdad. SEMANA estuvo en la capital del Tolima y habló con algunos de sus allegados. ¿Qué pasó?

A las 4:49 de la madrugada del pasado miércoles 6 de febrero, Jessi Paola Moreno Cruz miró por última vez los mensajes de whatsapp en su celular. Hasta ese momento, las redes sociales se habían convertido en el único refugio que le permitía escapar de su cruda realidad: apegarse a un estilo de vida que ya no tenía. A esa hora se levantó, se puso un leguin gris, un buso negro manga larga, guantes y una pañoleta fucsia, que lucía con una gorra del mismo color. Despertó a su hijo May Nicolás Ceballos Moreno, de diez años de edad, lo abrigó muy bien, tomó un taxi y se dirigió rumbo al viaducto de la variante, una enorme estructura vehicular que hace parte de la doble calzada que une a Espinal con Cajamarca, Tolima.



Cuando llegó a ese puente, que en Ibagué conocen como el del suicidio, aún el sol no se asomaba por completo. La bruma ocultaba el vacío de cien metros de altura que tiene el viaducto. Jessi Paola caminó junto a su hijo por la segunda calzada del puente, que está en construcción y antes de las 6:00 de la mañana se sentó en uno de los bordes de la estructura, desafiando la gravedad, no sin antes atar a su cuerpo con una correa y una cobija, a su pequeño Nicolás. El primero en advertir la escena fue el vigilante de la obra. Sobre las 7, dos policías se le acercaron. Uno de ellos con una pequeña biblia en la mano le gritó: “no tema mi señora, Dios está contigo”.




El desenlace final es lo que quedó registrado en las fotos y videos que circularon por redes sociales y que conmocionaron a los tolimenses, a Colombia, al mundo. SEMANA habló con numerosas fuentes, consultó las autoridades y contrastó todo lo que se ha dicho hasta la fecha para concluir que el caso de Jessi Paola se debió a un cuadro clínico de depresión severa, fomentado por una decepción amorosa y una crisis económica. No hubo amenazas, desalojos, embarazos, enfermedades ni una carta de confesión. Una cosa quedó clara: la idea de acabar con su vida y la de su hijo la pensó varias semanas atrás. “No me insista, esta decisión no la tomé hoy, ni ayer, sino hace 15 días”, le dijo a uno de los socorristas que le suplicaba le diera la mano, o entregara a su hijo, Nicolás.


Este es la víctima silenciosa de esa dolorosa escena: siempre mantuvo la calma, “mamita, no lo haga por favor, no me quiero morir, déle la mano a los policías que la quieren ayudar”, le decía el pequeño mientras acariciaba el rostro de su confundida madre y la consentía con besos de súplica. Los socorristas coinciden en afirmar que el niño fue el bálsamo durante esas dramáticas horas.

En ese tiempo Jessi Paola relató sin detalles, a los policías, una sicóloga y un bombero, lo que según ella la llevó a tomar la aterradora decisión: “ya no puedo más, tengo muchos problemas económicos y sentimentales; todos me dieron la espalda. Tuve que vender mi ‘motico’ para darle de comer a mi hijo”, dijo en varias oportunidades. También quiso justificar el porqué incluyó a su pequeño: “si lo dejo solo, va a sufrir más que yo; no tengo quién me lo cuide, mi mamá no tiene con qué”. Ante ello, uno de los intermediarios se ofreció a adoptar el niño, si se lo entregaba; pero Jessi lo desarmó con un argumento impensable, “usted me dice eso ahora, solo para convencerme”.
La situación en el puente se puso más tensa cuando al sitio llegaron doña Consuelo (madre de Jessi Paola), el pastor de la iglesia cristiana a la que asistían y una amiga cercana. Contrario a lo que todos pensaban, la presencia de ellos aumentó el dolor reprimido de la joven. Cuentan los rescatistas que a la mamá le recriminó su incapacidad económica para ayudarla a salir de la crisis y al pastor le enrostró que no le tendiera la mano cuando le pidió ayuda; “a su amiga solo la miró y guardó silencio”.




Jessi Paola era una joven madre de apenas 32 años de edad, llena de vitalidad y con unas ganas enormes por `devorar´ el mundo, salir adelante, triunfar. El padre de su hijo desapareció de sus vidas desde que estaba muy pequeño y ella inició hace siete años una relación con un hombre que la doblaba en edad, pero le proporcionaba la estabilidad económica que ella siempre añoró. Él trabaja como cajero principal en Ibagué en una importante entidad bancaria y ella vendía lo que se le atravesara, desde productos de belleza, tarjetas para celular y propiedad raíz. Las ventas eran lo suyo, de hecho, en enero pasado se graduó como técnica en Ventas de Productos y Servicios del Sena.

La relación con su novio y padrastro del niño se terminó en julio del año pasado. Ahí empezaron sus dificultades. Pasó de las comodidades de una clase media a vivir en una habitación por la que pagaba 300.000 pesos en el mismo conjunto residencial de estrato tres en el que vivía.

En ese cuarto de familia residió cuatro meses y en octubre se mudó hacia un sector más exclusivo de la ciudad: un edificio de estrato cinco llamado Balcones de Provenza. Aún no es claro si a ese apartamento llegó como inquilina o huésped de una amiga que le tendió la mano por intermedio del pastor de la iglesia cristiana; lo cierto es que en ninguno de esos dos lugares dejó deudas o fama de ser acosada por cobradores.

El cinco de enero pasado volvió a mudarse y de ahí en adelante hay señales de que sus problemas económicos empeoraron; prueba de ello es que debió vender la moto para subsistir y la única opción que le quedaba era regresar a la casa materna ubicada en el barrio El Limón de Ibagué, un sector popular de la ciudad. Allí, doña Consuelo vive con otra de sus hijas que labora en una estación de gasolina. Cuando este revista intentó dialogar con ellas, prefirieron no hablar: “ya tenemos claro qué fue y cómo fue lo de mi hermana y mi sobrino, y no queremos dar entrevistas”, explicó Dayana Moreno, hermana de Jessi Paola.

De las versiones que circularon por las redes sociales está claro que la mayoría son falsas. La carta que supuestamente Jessi Paola había escrito resultó falsa al ser revisada grafológicamente. Además, la Fiscalía no encontró rastros de ese documento. Por otro lado, Medicina Legal confirmó que ella no estaba en embarazo y que el cuerpo de Nicolás no tenía rastros de alguna enfermedad terminal. En cuanto a las deudas que podría tener la joven madre, por ahora está claro que ni su expareja ni sus arrendadores detectaron que ella fuera objeto de acoso por parte de cobradores o se escondiera de los acreedores, “solo supe que en enero le pidió a una de sus amigas del Sena, que le prestara 500.000 pesos”, explicó uno de sus compañeros de clase que pidió omitir el nombre.

Lo cierto, es que el famoso viaducto de la variante de Ibagué es el sitio preferido de los suicidas. Este año van tres muertos y solo el pasado fin de semana las autoridades tuvieron que reforzar la seguridad del puente porque siete personas intentaron lanzarse al vacío. “En los 20 años de existencia de ese puente, hemos contado unos 40 suicidas. Solo una se salvó de la caída, pero quedó cuadrapléjica”, explicó Rafael Rico, comandante de Bomberos de Ibagué.



Para Johanna Barbosa, secretaria de Salud del municipio, el problema de la salud mental no es exclusivo de los ibaguereños, sino de los colombianos, “de hecho, nuestras tasas de suicidios están muy por debajo del ranking nacional. En 2018 tuvimos 36 casos y 39 en 2017”, aseguró la funcionaria tras advertir que esa ciudad será la pionera en poner en marcha con recursos propios la Unidad Básica de Atención en Salud Mental.

En eso tiene razón la funcionaria, porque entre las personas que llegaron al puente a brindarle ayuda a la joven deprimida, fue justamente la sicóloga que dispuso la línea de emergencias 123. Pero su profesionalismo y sus palabras de amor como madre, no fueron suficientes para que Jessi Paola cambiara de opinión en algo en lo que ya estaba decidida. Lo último que dijo en voz baja y tímida antes de soltar la varilla de acero de la que se sostenía ella y su hijo, fue: “perdónenme”.
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