Llegué treinta minutos después de la hora anunciada para dar apertura a la sede de Colombia Humana, el movimiento político del candidato presidencial Gustavo Petro. Me sorprendió la humildad y sencillez del sitio, un pequeño salón en ladrillo, en obra negra como dirían en lenguaje coloquial, pero bien ubicado, en la esquina de la carrera 5 con calle 11 de la ciudad de Pitalito.
El salón estaba a reventar de gente, no había donde sentarse, pero varios voluntarios llegaron con más sillas, y así fue durante todo el evento pues la gente continuó llegando, voluntariamente, solo invitados por las redes sociales y llamadas a sus móviles.
Nada de comida, nada de aguardiente, solo agua en bolsa, mentas y tinto (café) que voluntarias y voluntarios llevaron para brindar a quien quisiera.
Toda esa humildad y sencillez me hizo recordar a Gustavo Petro, a quien conocí hace 15 años cuando aspiraba al senado de la república. Un hombre sencillo, que se siente bien apoltronado en la silla del congreso de la república, pero también se siente feliz sentado encima de una piedra polvorienta. Las diferencias para él no constituyen ninguna barrera, “al fin de cuentas somos humanos,” dice él con esa sonrisa dulce, amable, tierna y bonachona. Y cuando empieza a hablar es como escuchar una cátedra universitaria, donde explica con cifras cuántos son los dueños de las mejores tierras de Colombia, y cuánto suma el pequeño puñado de familias que poseen las cuentas bancarias y acciones más gordas del país. Pero Gustavo también conoce la cifra exacta de cuántos niños mueren diariamente por desnutrición en Colombia, y cuántos de esos niños que logran superar el reto del hambre, terminarán sobreviviendo con una alimentación basada en harinas, sin proteínas, sin calcio y entonces explica porqué la gran mayoría de esos adolescentes de ambos sexos no logran asimilar la escolaridad debido a que a sus nuerónas cerebrales les faltó lecitina, por la falta del complemento vitamínico esencial basado en una buena alimentación. Ese factor origina depresión en los muchachos, haciendo que no les guste el estudio y terminen engrosando las filas de marginados. Y el estado, históricamente en manos de familias seudo-aristocráticas, nunca le ha importado la suerte de esos millones de colombianos que aguantan hambre, ni que no estudien, o se mueran de una enfermedad que se puede prevenir o curar.
Entonces es cuando uno resulta enamorado de Petro, no del físico, no del cuerpo, de sus ideas, de sus propuestas humanistas, de la necesidad de hacer de este país una potencia humana que dignifique el recurso más valioso que cualquier estado puede tener como es el ser humano.
Por eso no vacilé en aceptar la invitación de los ‘petristas’ para acompañarlos a la inauguración de la sede política en la ciudad de Pitalito. Y me sentí cómodo, como en familia, rodeado de gente desconocida, otra conocida, de distintas ideologías políticas y religiosas, pero conscientes de que el único hombre que le puede brindar un verdadero cambio al país se llama Gustavo Petro Urrego.
Por; Santiago Villarreal Cuéllar / SVCNoticias