Huila: imperio de estrellas y arena

Magia. Esta es una de las palabras que más repiten los huilenses al tratar de explicar qué tiene para ofrecer su tierra. Quienes tienen la fortuna de recorrer este departamento se encuentran con uno de los mejores lugares de todo el continente para ver las estrellas, con piezas arqueológicas en perfecto estado, con el río Magdalena reducido a 2,20 metros de ancho y hasta con un pueblo donde abundan historias de brujas.

Otra característica que hace del Huila un territorio extraordinario es la variedad climática que se experimenta desde el desierto hasta el nevado. Por tal razón, vale la pena ir preparado para el calor extremo, pero también para ese frío que cala en los huesos durante la noche.

Este no es un paseo para quienes no estén dispuestos a desconectarse de la tecnología y a conectarse con la tierra, la historia y los paisajes completamente alejados de la vida citadina. Tampoco para quienes no quieran ensuciarse las manos y coger de los árboles frutas que no se ven en supermercados, ni entender de dónde sale la taza de café servida en la mesa.

Emprendemos esta travesía con Luxury Huila, una iniciativa de la Cámara de Comercio de Neiva y un grupo de empresarios con el apoyo de la Gobernación, para atraer a nacionales y extranjeros a este paraíso que comienza a descubrirse.


¿Estamos en Marte?


Nuestro recorrido en bus comienza en el desierto de La Tatacoa, en el municipio de Villavieja, a menos de 40 kilómetros de Neiva. Lo primero que hay que saber al visitar esta zona árida es que en realidad no es un desierto, sino un bosque seco tropical.


Sorprende ver que incluso hay zonas verdes entre los predominantes ocres y grisáceos. La temperatura puede llegar a más de 40 grados y no hay sombra para resguardarse. Al menos no para quienes recorren la zona a pie durante extensas horas. Sin embargo, hay un lugar que resulta ser un auténtico oasis. Se trata de Bethel, un hotel de lujo que permite disfrutar la exótica atmósfera con todas las comodidades posibles.

El departamento del Huila está en el suroccidente del país, a cinco horas y media de Bogotá por vía terrestre. También se puede llegar en avión a Neiva o a Pitalito.
Foto: Carlos Ortega / EL TIEMPO
Dos piscinas, paneles solares, glamping –camping de lujo–, comida preparada por locales, bebidas frías, hielo y camas cómodas han convertido este lugar en un destino apetecido por parejas y grupos de amigos que quieren vivir la experiencia de La Tatacoa sin sufrir las inclemencias del ambiente.

Frank Corredor es el bogotano detrás de esta locura, como él mismo lo reconoce: “Este era un territorio de guerra. En las montañas de aquí atrás estaban las Farc, y hoy es una bendición tremenda recibir a visitantes nacionales e internacionales”, relata en una de las habitaciones de este hotel hecho con elementos como madera reciclada que baja con las corrientes del río Magdalena. Aquí no se ha construido nada con cemento y el lugar es 100 por ciento sostenible.

En Bethel se pueden probar delicias de la región como el asado huilense –cerdo hecho en horno de barro y aliñado con cerveza, naranja y especias–, preparado por el cocinero jefe, que hasta hace unos meses era un labriego de la zona. Tras disfrutar este plato típico para el almuerzo y darnos un anhelado baño de agua fría, nos aventuramos a explorar La Tatacoa, que recibe su nombre de una serpiente.

Esta travesía se puede hacer a pie, pero el hotel ofrece cuatrimotos, bicicletas, mototaxis, caballos o camionetas. Nuestro guía es Faiver Martínez, aunque prefiere que lo llamen ‘Chopo’. Este huilense motorizado es un conocedor de la zona. Nos lleva al lugar donde se puede disfrutar el atardecer, que en esta ocasión resulta bañado por lluvia y nos regala un arcoíris antes de que oscurezca.

Huila, desde La Tatacoa hasta San Agustín

Desierto de La Tatacoa y sus paisajes que quitan el aliento
En las pocas horas que tenemos disponibles, aprovechamos para detenernos en el sector del Cuzco, ese que quita el aliento por su suelo rojizo, que hace pensar inevitablemente en Marte. No hay dunas como las del Sahara, sino tierra maciza.

Los caminantes que pasan por aquí dejan su rastro en forma de apachetas (montículos de piedras sobre el suelo), unas gigantes y otras diminutas. Según ‘Chopo’, se pueden pedir deseos mientras se apilan. Sin embargo, en otros lugares de Suramérica se arman con el objetivo de pedir protección en la travesía y agradecer a la Madre Tierra.

Finalizamos la tarde tomando jugo de caña de azúcar en una de las pocas casas que se ven. La oscuridad se ha apoderado del lugar y esta noche las nubes no permiten apreciar las estrellas de las que tanto hablan.

Todo un deleite al paladar

En la vereda Alto Guadual, a tres kilómetros de Rivera, nos recibe Carlos Fernando Claro, un hombre que se ha dedicado junto a su esposa a construir un recinto de tranquilidad y descanso por casi seis años. Su hacienda se llama El Carambolo, en honor a una de las frutas típicas de la región, y quienes lo deseen pueden alojarse en las habitaciones del lugar.

Cholupa, maracuyá, uva, caimo, zapote, naranja, aguacate, grosella, caimarón, mamey, pana, menta, albahaca, romero, prontoalivio, limonaria… todo crece en esta tierra, y la familia anfitriona está feliz de compartirlo.

Tras probar las delicias de la casa, que incluyen tilapia, mojarra y risotto de quinua, nos animamos a preparar achiras con Carmen, una de las encargadas de la cocina.

Antes de despedirnos de Rivera paramos en la vereda Agua Caliente para darnos un baño relajante en Los Ángeles termales, donde las aguas de 43° C se mezclan con corrientes frías y forman tres piscinas de diferentes temperaturas. Es posible permanecer aquí desde las 8 de la mañana hasta las 10 de la noche.
Después de una noche tranquila en Neiva, tomamos carretera con destino a Gigante, donde paramos en la Finca Lusitania para conocer el proceso de recolección de café. Víctor Félix Ibarra Fajardo vive junto a su esposa e hijos en este terreno de tres hectáreas y 400 metros. Siembra el grano y lo alterna con el cultivo de plátano.

Actualmente, Huila es el primer departamento productor de café del país, con una cosecha de 2.580.000 sacos en el 2016, lo que equivale a un 18 por ciento de la producción colombiana. Aquí no solo importa la cantidad, sino también la calidad, y Félix lo sabe. Por eso es meticuloso a la hora de la recolección.

La conexión de este hombre con su tierra se siente en cada palabra: “El café me ha dado bienestar. Gracias a él les he podido dar educación a mis hijos y he mejorado mi vivienda, mi salud y mi situación. Esta finca no tiene valor, yo no la vendo”, confiesa mientras nos muestra con orgullo los trabajos que ha hecho en su propiedad para hacerla más productiva.

Tanto café nos despierta el apetito. Seguimos nuestro recorrido hacia Garzón, a 35 minutos de Gigante. Vamos en busca del famoso arroz tapado.

Los garzoneños preparan este manjar con ingredientes tan sencillos como arroz blanco, pollo desmechado y papa cabello de ángel. Nos recomiendan probarlo en la hacienda La Floresta, un restaurante en pleno corazón del departamento y rodeado por un espejo de agua repleto de peces, en donde se erige una casa de 190 años de antigüedad.

“Llevo 25 años clavando todos los días una puntilla en algún lado para construir este paraíso”, cuenta Jorge Eduardo Cabrera, dueño del lugar, que hace décadas dejó Bogotá para calmar sus ánimos aventureros, enamorarse y quedarse a vivir en el mejor vividero del mundo, como llama a Garzón. “Nosotros no somos la capital del Huila, pero somos el alma”, asegura.

El embrujo de La Jagua

Volvemos a tomar carretera por diez minutos para llegar al corregimiento de La Jagua. Durante todo el viaje hemos escuchado comentarios sobre el pueblo, famoso por sus historias de brujas chismosas que salen por las noches.

Antes de toparnos con cualquiera de estos seres, nos extraña no ver un alma en la calle pese a que estamos a plena luz del día. Visitamos a un habitante ilustre: Emiro Garzón, escultor, pintor y dibujante.

Apenas entramos a su casa, pide a uno de sus doce ayudantes que traiga arcilla y nos pone a trabajar en una mesa mientras charlamos. Nosotros hacemos monicongos deformes y él esculpe una mujer caderona. El lugar está adornado con esculturas de nalgas gigantes. Algunas tienen cabeza de ave y plumas incrustadas. Explica que quienes dicen haber visto a las brujas aseguran que se convierten en piscos o pavos.

“Mi obra tenía un mensaje político, pero me cansé. Cuando vi la violencia tan grande del país juré que rendiría culto a la vida. Escogí la mujer como inspiración”, revela.

Nos despedimos del maestro Garzón para pasar la noche en el hotel El Portal del Ángel, donde nos atiende Carolina Cabrera, pese a su avanzado estado de embarazo. Esta mujer es otra trotamundos que decidió dejar Nueva York para conectarse con su tierra natal. Ahora le apuesta a construir turismo en este poblado.

La joya de la corona

Partimos hacia el Parque Arqueológico de San Agustín, declarado en 1995 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. De camino cruzamos el río Magdalena, que nace entre este departamento y el Cauca.

Primero, lo vemos a la altura del Cañón del Pericongo, entre Timaná y Altamira. Dice la leyenda que ahí se suicidó la heroína indígena Cacica Gaitana.

Pero donde capta nuestra atención es en el Estrecho del Magdalena, cerca de San Agustín. Resulta increíble ver que la arteria fluvial más importante del país queda reducida a 2,20 metros de ancho. Aquí, el río se ve cristalino, lejos de la contaminación que lo invadirá en su recorrido hacia el Caribe.
A la entrada del parque nos espera el guía Miguel Garcés para hablarnos de las esculturas monolíticas y los complejos funerarios en la cultura agustiniana: “Este fue un pueblo de magos. Ellos equilibraron fuerzas y energías para mantener un equilibrio y un sano vivir del hombre con la naturaleza”.

El sitio está formado por cuatro mesitas, el Alto del Lavapatas y el Bosque de las Estatuas. En total, son 130 figuras. También se encuentran otros elementos como sarcófagos, joyas y piezas de cerámica. “Pero San Agustín también es flora, fauna, cielo y gente. Somos un enorme lugar”, aclara Miguel.

Escogemos el Hotel Monasterio, a 1,5 kilómetros del pueblo, para pasar nuestra última noche en Huila. Hace frío, pero cada cuarto cuenta con chimenea. Antes de finalizar el recorrido compartimos una cena con Andrea Muñoz, quien está a cargo del lugar.

Si usted va…
El departamento del Huila está en el suroccidente del país, a cinco horas y media de Bogotá por vía terrestre. También se puede llegar en avión a Neiva o a Pitalito. Este último aeropuerto está bastante cerca del turístico municipio de San Agustín. Información sobre el destino en www.luxuryhuila.com

Lleve ropa fresca para el día y una chaqueta liviana para la noche. No olvide empacar también repelente, bloqueador solar, zapatos cómodos, traje de baño y sombrero. Tenga en cuenta que en algunos lugares no hay señal de celular ni acceso a internet.

Tomado de ELTIEMPO.COM
LAURA ROBLES*
ENVIADA ESPECIAL VIAJAR
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